Juan Delcan

Paco decidió romper con el mundo de los videojuegos en el año 1986, pero antes de hacerlo se propuso hacer un juego que rompiera todos los moldes establecidos. Paco y yo habíamos sido amigos desde los diez años, pero nunca habíamos trabajado juntos, así que cuando me lo propuso me pregunté si nos llevaríamos tan bien trabajando, como lo hacíamos fuera del trabajo.

Paco y yo siempre nos hemos peleado mucho, a veces terminábamos a golpes, más de una vez, de niños, tuve que ir a su casa a pedirle perdón por haberle dado un puñetazo (obligado por mi madre). Tenía mis dudas de si nos llevaríamos bien trabajando en un proyecto tan complicado, largo y laborioso como un videojuego. Yo además estaba estudiando tercero de Arquitectura, donde no tienes mucho tiempo libre en las manos, sobretodo cuando uno no es un genio, como Paco Menéndez, y tiene que estudiar duramente para pasar curso todos los años.

Por añadidura Paco y yo hemos sido siempre muy competitivos, siempre que íbamos juntos a esquiar, escalar, jugar al básquet o hacer el gamberro, nos retábamos para ver quién lo hacía mejor, o quién saltaba más lejos, o quién se atrevía a trepar al segundo piso de un edificio.

A pesar de todos mis temores acepté, y nos pusimos manos a la obra. Yo no tenía mucha experiencia, realmente no tenía ninguna, en el mundo de los videojuegos. Todo lo que había hecho hasta entonces eran pantallas de presentación para la empresa Zigurat.

 

 

Nos llevó un año producir "La Abadía del Crimen". La oficina era mi
habitación dormitorio en La Ciudad de los Periodistas, una habitación muy
pequeña sin ventanas. Paco se encargo de toda la programación y el concepto lo hicimos entre los dos, aunque Paco llevaba la voz cantante. Él decidió el tema basado en parte en el Libro de Umberto Eco "El Nombre de la Rosa" del que era fanático.

Trabajar con Paco fue una de las mejores experiencias profesionales que he tenido nunca. Creo que es lo mas cerca que he estado de un genio. El
tenía una manera muy particular de programar, no lo hacia delante del ordenador, sino que se paseaba de un lado para otro dando vueltas con las
manos entrecruzadas en la espalda pensando, se podía pasar así una hora, a veces más, y de repente se le iluminaban los ojos y se sentaba delante del ordenador y de corrido escribía las líneas a una velocidad tal que parecía poseído, con los brazos extendidos y su cara lejos de la pantalla, era como ver a alguien tocar el piano, su cabeza ya no pensaba sino que se limitaba a ejecutar lo ya decidido.

A los veinte minutos de escribir lo probaba, y corregía uno o dos errores, a veces ninguno, y ya está. Yo no he visto nunca algo así.

A veces se atascaba y era frustrante verle así ya que yo no podía ayudarle, aunque él se esforzaba en hacerme entender y eso a veces le hacía abrir los ojos de la solución.

 

 

 

Yo creé todos los gráficos usando un programa que Paco creó especialmente para mi. Entonces no había Photoshop ni nada por el estilo. El programa era brillante, creo un sistema de módulos de bellísima lógica
que hizo mi trabajo muy fácil.

Pero la característica que más valoro de Paco es su capacidad de entusiasmo, cuando le brillaban los ojos no había nada que pudiera pararle, para bien o para mal. Era enormemente determinado en todo lo que hacía y su entusiasmo era contagioso, te daba la sensación que cada día estabas haciendo algo que iba a hacer historia, pensaba a lo grande.

Yo pienso en eso con frecuencia y trato de arañar entusiasmo de mis
recuerdos con Paco. Y me ayuda.
 

 

 

 

 

Juan Delcan, 14-5-2002